El vaivén
La
vida oscila hacia un lado y hacia el otro.
Cuanto
más avanza hacia un lado, tanto más va hacia el otro.
De
esa manera su oscilación nos equilibra.
Para
que la vida continúe en movimiento, necesita un impulso, una idea.
Si detenemos
un impulso, detenemos también la oscilación hacia el otro lado.
Sin
embargo, es suficiente detener uno solo, para cristalizarnos en el tiempo.
La
oscilación de la vida es una desviación del centro, independientemente del lado
hacia el cual vaya.
Todo
vaivén se ha movido de manera equidistante de su centro haciéndonos crecer.
En
el centro, la oscilación hacia ambos lados se acaba por un instante.
En
el centro el avance queda, se detiene.
¿Finalmente,
qué logramos con este pendular, con esta oscilación?
¿Acaso
al final cada ciclo no retorna al centro?
¿Qué
queda de su huida del centro? La búsqueda de la Sabiduría.
Más
lejos y por más tiempo no va que nuestra vida sobre el planeta.
Así
es finalmente con todo lo que emprendemos.
Luego
de un tiempo el impulso decrece y se acaba, como un reloj, como una respiración
suspendida que se detiene.
¿También se acaba
el centro?
No, él triunfa,
por fin. Él se impone.
¿Cómo?
Permaneciendo en
la quietud infinita.
Todo lo esencial
descansa en el centro, en un centro profundo.
Cuanto más
profundo, más quieto, quieto como la plenitud.
¿Cómo llegamos a
ese centro? ¿Cómo permanecemos en él?
Cuando se acaban
los proyectos, las ilusiones, ya no crecemos ni hacia un lado ni hacia el otro.
En el centro ambos lados se acaban y nos acercamos a la muerte, detenemos el
viaje de la vida y caemos verticalmente, la nada se vuelve profunda.
¿Cuán profunda?
Permanentemente, eternamente profunda. Tabby 15/7/14
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