La leyenda de las luces del coche: Hace aproximadamente dos años, viajando en busca de una ciudad entrerriana, un señor muy amable de una estación de servicios , donde me detuve a cargar combustible y a comer alguna cosa, se acercó escudriñando hacia ambos lados, como verificando si estaba sola. Luego de pedirme permiso caballerescamente, se sentó a mi mesa y me advirtió, casi en un susurro, que no me detuviera, ni hiciera señales de luces a ningún coche solitario y con los faroles apagados que encontrara en la carretera . Me aseguró que mi vida correría peligro si lo hacía. Aboné mi cena a un mozo que me sonreía, dándome a entender que no hiciera caso de lo que el viejo me había contado, como que era un poco loco. Al salir, el anciano, que estaba junto a mi coche, puso su mano en mi brazo y agregó un “tenga cuidado”, le aseguré que así lo haría y emprendí el camino hacia Rosario del Tala. La noche estaba fresca, cerré los vidrios y puse un CD de Tarragó