Por Gustavo Fernández
Lo aclaro porque muchos me están escribiendo sobre este tremendo error de los astrónomos que lo divulgan y los periodistas que lo cacarean: NO se ha descubierto ningún nuevo signo!. Ofiuco es una CONSTELACIÓN y no un SIGNO. Lo explicamos.
Se está cometiendo un error garrafal, que es el de confundir constelaciones con signos. Error producto de la ignorancia, en el sentido más etimológico de la palabra. Esto pasa cuando alguien que a priori “no cree” en la Astrología, se mete a hablar de ella; es obvio que no va a dedicar tiempo alguno a estudiarla porque, ¿para qué, si es una tontería?.
Hay casos dignos, sin embargo. El del matemático francés Michel Gauquelin, quien se dedicó a estudiarla para refutarla…. y terminó siendo astrólogo (ver su libro “Relojes cósmicos”).
Por ejemplo, pseudorrefutadores míos, podrían aprender que una constelaciòn es una agrupaciòn imaginaria de estrellas proyectadas en un plano bidimensional, mientras que un signo es un espacio vacío de 30ª a ambos lados del eje de la Eclíptica. Los signos se llaman igual que las constelaciones porque, tres mil años atrás, coincidían y así era más fácil identificarles. Luego, precesiòn de los equinoccios mediante, se produce el desfasaje que hoy conocemos, y hasta la inclusiòn de nuevas constelaciones (que no son tan “nuevas”, a Ofiuco se la conoce por lo menos desde tiempos ptolemaicos) sobre la banda ecuatorial, pero los signos siempre serán fijos.
No hay nada más penoso que quienes se creen formadores de opiniòn pública, intelectuales, etc., afirmen conceptos que no pueden sostener desde la pedantería que creer saber qué es “científico” y que no.
Para refrescar conceptos, reeditamos un viejo artículo…..
UNA REIVINDICACIÓN DE LA ASTROLOGÍA
Una de las razones habitualmente esgrimidas por los escépticos para denostar a la ciencia astrológica es, aunque parezca un mero juego de palabras, precisamente lo que emana de las líneas que anteceden, es decir, que ningún concepto de cientificismo puede compatibilizar con las propuestas astrológicas. De hecho es extremadamente difícil encontrar, por lo menos en los estratos académicos del “establishment” científico, un profesional que acepte dedicar cierta dosis de duda racional –o debería decir “razonada”- a esta disciplina, y si bien el primer pecado de tales denostadores pasa por su absoluto desconocimiento de textos, fundamentos, filosofías y técnicas astrológicas, se suele decir que el mismo despropósito de su existencia invalida cualquier merecimiento de atención que pudiera brindársele.
En realidad, deberíamos convenir que sólo merece considerarse una actitud respetable –intelectualmente hablando- el rechazar una propuesta cuando la misma ha sido debidamente examinada y se han señalado, más allá de toda duda posible, sus errores metodológicos. Y, en consecuencia, sólo quien se haya especializado en una determinada técnica tiene derecho a señalar los errores –reales o supuestos- de la misma, precisamente porque la conoce hasta sus mínimos detalles. Consideremos, como ejemplo, otra rama del saber cualquiera: por ejemplo, la Medicina. Si de hablar de sus desaciertos se trata –y, en lo que respecta a la occidental y alopática, vaya si los tiene- seguramente estaría muy mal visto que se dedicara a criticarla un astrónomo, un botánico o un físico. Sólo los médicos tienen derecho a hablar (bien o mal) de la misma. Es obvio.
¿Es obvio?.
Con la Astrología vemos que ello no ocurre, ya que astrónomos, matemáticos, médicos, cualquier doctorado se cree habilitado para opinar –generalmente en forma pésima- sobre la misma. Y si se me permite, no creo que realmente aquellos sepan mucho sobre el tema.
Tomemos el caso de los astrónomos. Su conocimiento de las características físicas y comportamiento mecánico de los astros no los habilita para incursionar en un terreno netamente esotérico –en el buen sentido de la palabra- como es el que nos ocupa. Ya que si bien algunas de sus afirmaciones son ciertas poco le hace a la Astrología correctamente entendida.
Es cierto, como ellos suelen señalar, que las constelaciones no son las mismas hoy que hace cinco mil años por lo que, por ejemplo, el Aries de aquél entonces corresponde estelarmente al Tauro de hoy y así sucesivamente, como consecuencia natural de la precesión de los equinoccios. También es cierto que los planetas –salvo el sol y la Luna, el primero por su masa y la segunda por su proximidad- no influyen ni gravitatoria ni energéticamente en los seres humanos; bien decía Carl Sagan que, en el aspecto gravitatorio, seguramente influía en un recién nacido más la masa del médico obstetra que la de Marte, por caso. Y que aún en el caso de la influencia de un planeta cualquiera sobre el ser humano, determinadas condiciones planetarias deberían afectar a todos loas hombres exactamente por igual, y no favorablemente a unos y desfavorablemente a otros, según el momento y lugar de nacimiento de cada uno. Así, si Marte –para seguir con el ejemplo- está “mal aspectado” debería estarlo por igual para todos los seres humanos, si de influencias físicas o energéticas se trata, y no acentuadamente para tal o cual signo.
Pero en realidad debemos convenir que tales críticas sólo son aceptables si se desconocen los verdaderos fundamentos de la Astrología cosa que por cierto es en la que incurren muchos supuestos cultores de esta disciplina; lo que quizás explique los graves errores que en nombre de aquella se cometen reiteradamente. Claro que, al igual que en muchos otros campos del saber humano, en esta ocasión la culpa no es de la Astrología sino de los astrólogos. O, al menos, de algunos de ellos.
Esto se comprenderá más fácilmente en el momento de explicar que la filosofía hermética de la arcana Astrología enseña que cuando se habla de Marte, Luna, Mercurio, etc., en realidad no se está hablando de los cuerpos físicos que conocemos astronómicamente con tales nombres, sino de sus correspondencias simbólicas expresadas –si ustedes gustan de los términos psicologistas- en el Inconsciente Colectivo de la humanidad, basándose en el Principio de Correspondencia, piedra basal de la estructura intelectual ocultista.
Según el mismo, como escribiéramos anteriormente, el Universo es una multiplicación de sucesiones holísticas; lo que es lo mismo que decir que la parte de un Todo es igual, microcósmicamente hablando, a ese Todo. Así, como he analizado en otra parte, toda la naturaleza tiende a demostrar que cada elemento se refleja en mayor o menor proporción en el sistema que le rodea pero del cual es también parte indivisible: la palma de la mano refleja su vida, su carácter y su salud, esta última también visible en la planta del pie (“reflexología”) o en el pabellón de las orejas (“auriculoterapia”) y, a fin de cuentas, así como el sistema en el que vive el hombre (la Tierra) es un setenta por ciento agua y un treinta por ciento materia sólida, él mismo es también un setenta por ciento líquido y el resto materia sólida.
Como la moderna psicología ha demostrado, el Inconsciente Individual de cada habitante del planeta, más allá de acumular y reflejar las vivencias particulares de cada persona, forma parte de un gigantesco entramado que conocemos como Inconsciente Colectivo. La Ley de Correspondencia enseña que no sólo los arquetipos del Inconsciente Colectivo se reflejan –corresponden- con los del Individual, sino que también todo lo que existe físicamente en el Universo debe existir en otros planos, tales como el astral –sobre cuya hipotética realidad hemos discutido en otro punto- el energético y –atención- el psíquico. De manera tal que el Inconsciente Colectivo contiene también imágenes arquetípicas, simbólicas, que se corresponden con la naturaleza –esotéricamente hablando- de Marte, Mercurio, etc. Esto se comprenderá mejor si retornamos al evidente ejemplo de los cuatro elementos constituitivos del mundo: Aire, Agua, Tierra y Fuego. Según enseñaban los antiguos Maestros, todo cuanto conocemos se compone de cuatro elementos y sólo esos cuatro ya indicados. Podemos cometer el grosero error de pensar que esos filósofos creían que la tierra, el agua, el aire y el fuego formaban al mundo, y así caeremos en el olvido de que ellos en realidad se referían a categorías en las cuales esos elementos llamados “tierra” (si pensamos en la que pisamos), “agua” (la que fluye por los ríos), “fuego” (el de la hoguera) y “aire” (el que respiramos) no son en realidad sino la expresión más grosera, más material, de unos cuatro primeros principios elementales de los que esos gases, líquidos o materias son apenas una de sus manifestaciones. Así, cada elemento representa en realidad un conglomerado de conceptos o, más correctamente, entes teleológicos. Por ejemplo, al “fuego” se asocia, sí, el fuego de los fósforos, pero al “fuego” corresponde también el abstracto concepto de “peligro”, algunos signos zodiacales (Aries y Leo, por ejemplo), el color rojo, ciertas notas musicales, etc. De esta manera, el Marte al que se refiere la Astrología en una circunstancia dada, es a la correspondiente simbólico-astrológica propia del Inconsciente Colectivo y proyectado microcósmicamente en el Inconsciente Individual del sujeto de referencia, del Marte astronómico.
En el momento del nacimiento, la carta natal establece cuál era el aspecto del cielo en ese punto del continuun espacio-temporal que es original y con características propias e irrepetibles pues, por caso, sólo habrá un Juan Antonio Pérez nacido en buenos Aires el 17 de setiembre de 1944 a las 05.33 hs y sólo uno. Habrá otros Juan Pérez, u otros individuos nacidos en ese lugar o ese momento, pero sólo uno que reúna todas esas características.
En consecuencia, la matriz astrológico-simbólica inmanente al Inconsciente Colectivo (reflejo correspondiente y microcósmico, recordemos, de los aspectos físico-astronómicos que el Universo que nos rodea va adoptando en ese momento) coexistente en ese punto, se proyecta holísticamente al Inconsciente Individual del bebé. En consecuencia, las variaciones sidéreas del cosmos provocarán variaciones semióticas en el Inconsciente Colectivo y las correspondiente en el Inconsciente Individual de cada hombre, modificadas por la variable particular de la matriz astrológica del momento de nacimiento, redundarán en conductas (provocadas obviamente por motivaciones, aunque en este caso no de índole vivencial personal) diferentes para cada sujeto. De allí otra correspondencia: si bien idénticos signos tienen, a “grosso modo”, posibilidades parecidas (como las biotipologías humanas indican respuestas psicológicas similares), los detalles de un horóscopo (situación de la Luna, aspectaciones, planetas retrógrados, etc.) implican eventos con apreciables diferencias (como la educación, el arrastre cultural y otros contenidos hacen que dos biotipologías no discurran necesariamente por los mismos caminos).
De todo esto se desprende la clave fundamental de la Astrología que no supo ser comprendida, insisto, aún por muchos astrólogos: nuestro campo de estudios se alimenta de datos astronómicos, pero concluye sobre procesos simbólicos y psicológicos.
En este sentido, entonces, hasta los aspectos más burdamente criticados de la Astrología adquieren la fuerza de la verdad: es egocéntrica en una época donde este concepto ptolemaico está completamente caduco y es correcto que lo sea ya que para el hombre, psicológicamente hablando, él es el mismo centro del universo. Es determinista en la medida que, como enseña la Psicología, los impulsos y vivencias básicas del individuo inclinan su existencia en un determinado sentido, requiriéndose un esfuerzo no menor al necesario para variar la presión de las estrellas para oponerse a su tendencia.
Por otra parte, la crítica enunciada al principio, en el sentido de la retrogradación de las constelaciones zodiacales carece de aplicación en el tema que nos interesa ya que, aunque este dato importantísimo sea ignorado aún por la mayoría de la gente (defensores o detractores), signo zodiacal y constelación zodiacal no son la misma cosa. En efecto, mientras que una constelación es un agrupamiento hipotético de estrellas que conforman (con mucha imaginación, ciertamente) una figura en el cielo, y es dicha constelación zodiacal cuando se ubica sobre la circunferencia de la eclíptica (o ruta aparente del Sol en el cielo), un signo zodiacal es un espacio vacío de treinta grados a ambos lados del eje de rotación del plano de la eclíptica. Las constelaciones, en consecuencia, pueden variar, retrogradar por el movimiento de precesión de los equinoccios, cambiar su configuración o su cantidad. De hecho, es lo que ocurrió recientemente con el “descubrimiento” de una nueva, la Araña, y que llevó a que los improvisados de siempre hablaran y escribieran sobre la “hecatombe de la Astrología a la que al haberle aparecido un nuevo signo, echa por tierra las especulaciones sobre los otros doce” y que, como vimos, nada tiene que ver con los signos clásicos, ya que estos, al ser espacios “en blanco” en el firmamento, permanecen constantes. El hecho de que constelaciones y signos lleven los mismos nombres se debe a la coincidencia espacial que tuvieron en los albores de esta disciplina, seis mil años atrás, y que facilitaba su identificación.
Indudablemente, reconsiderar las enseñanzas, métodos y conclusiones de la Astrología a la luz de estas consideraciones modificaría, susceptiblemente, el punto de vista habitualmente escéptico y dogmático con que la comunidad científica observa estos conocimientos.
Lo aclaro porque muchos me están escribiendo sobre este tremendo error de los astrónomos que lo divulgan y los periodistas que lo cacarean: NO se ha descubierto ningún nuevo signo!. Ofiuco es una CONSTELACIÓN y no un SIGNO. Lo explicamos.
Se está cometiendo un error garrafal, que es el de confundir constelaciones con signos. Error producto de la ignorancia, en el sentido más etimológico de la palabra. Esto pasa cuando alguien que a priori “no cree” en la Astrología, se mete a hablar de ella; es obvio que no va a dedicar tiempo alguno a estudiarla porque, ¿para qué, si es una tontería?.
Hay casos dignos, sin embargo. El del matemático francés Michel Gauquelin, quien se dedicó a estudiarla para refutarla…. y terminó siendo astrólogo (ver su libro “Relojes cósmicos”).
Por ejemplo, pseudorrefutadores míos, podrían aprender que una constelaciòn es una agrupaciòn imaginaria de estrellas proyectadas en un plano bidimensional, mientras que un signo es un espacio vacío de 30ª a ambos lados del eje de la Eclíptica. Los signos se llaman igual que las constelaciones porque, tres mil años atrás, coincidían y así era más fácil identificarles. Luego, precesiòn de los equinoccios mediante, se produce el desfasaje que hoy conocemos, y hasta la inclusiòn de nuevas constelaciones (que no son tan “nuevas”, a Ofiuco se la conoce por lo menos desde tiempos ptolemaicos) sobre la banda ecuatorial, pero los signos siempre serán fijos.
No hay nada más penoso que quienes se creen formadores de opiniòn pública, intelectuales, etc., afirmen conceptos que no pueden sostener desde la pedantería que creer saber qué es “científico” y que no.
Para refrescar conceptos, reeditamos un viejo artículo…..
UNA REIVINDICACIÓN DE LA ASTROLOGÍA
Una de las razones habitualmente esgrimidas por los escépticos para denostar a la ciencia astrológica es, aunque parezca un mero juego de palabras, precisamente lo que emana de las líneas que anteceden, es decir, que ningún concepto de cientificismo puede compatibilizar con las propuestas astrológicas. De hecho es extremadamente difícil encontrar, por lo menos en los estratos académicos del “establishment” científico, un profesional que acepte dedicar cierta dosis de duda racional –o debería decir “razonada”- a esta disciplina, y si bien el primer pecado de tales denostadores pasa por su absoluto desconocimiento de textos, fundamentos, filosofías y técnicas astrológicas, se suele decir que el mismo despropósito de su existencia invalida cualquier merecimiento de atención que pudiera brindársele.
En realidad, deberíamos convenir que sólo merece considerarse una actitud respetable –intelectualmente hablando- el rechazar una propuesta cuando la misma ha sido debidamente examinada y se han señalado, más allá de toda duda posible, sus errores metodológicos. Y, en consecuencia, sólo quien se haya especializado en una determinada técnica tiene derecho a señalar los errores –reales o supuestos- de la misma, precisamente porque la conoce hasta sus mínimos detalles. Consideremos, como ejemplo, otra rama del saber cualquiera: por ejemplo, la Medicina. Si de hablar de sus desaciertos se trata –y, en lo que respecta a la occidental y alopática, vaya si los tiene- seguramente estaría muy mal visto que se dedicara a criticarla un astrónomo, un botánico o un físico. Sólo los médicos tienen derecho a hablar (bien o mal) de la misma. Es obvio.
¿Es obvio?.
Con la Astrología vemos que ello no ocurre, ya que astrónomos, matemáticos, médicos, cualquier doctorado se cree habilitado para opinar –generalmente en forma pésima- sobre la misma. Y si se me permite, no creo que realmente aquellos sepan mucho sobre el tema.
Tomemos el caso de los astrónomos. Su conocimiento de las características físicas y comportamiento mecánico de los astros no los habilita para incursionar en un terreno netamente esotérico –en el buen sentido de la palabra- como es el que nos ocupa. Ya que si bien algunas de sus afirmaciones son ciertas poco le hace a la Astrología correctamente entendida.
Es cierto, como ellos suelen señalar, que las constelaciones no son las mismas hoy que hace cinco mil años por lo que, por ejemplo, el Aries de aquél entonces corresponde estelarmente al Tauro de hoy y así sucesivamente, como consecuencia natural de la precesión de los equinoccios. También es cierto que los planetas –salvo el sol y la Luna, el primero por su masa y la segunda por su proximidad- no influyen ni gravitatoria ni energéticamente en los seres humanos; bien decía Carl Sagan que, en el aspecto gravitatorio, seguramente influía en un recién nacido más la masa del médico obstetra que la de Marte, por caso. Y que aún en el caso de la influencia de un planeta cualquiera sobre el ser humano, determinadas condiciones planetarias deberían afectar a todos loas hombres exactamente por igual, y no favorablemente a unos y desfavorablemente a otros, según el momento y lugar de nacimiento de cada uno. Así, si Marte –para seguir con el ejemplo- está “mal aspectado” debería estarlo por igual para todos los seres humanos, si de influencias físicas o energéticas se trata, y no acentuadamente para tal o cual signo.
Pero en realidad debemos convenir que tales críticas sólo son aceptables si se desconocen los verdaderos fundamentos de la Astrología cosa que por cierto es en la que incurren muchos supuestos cultores de esta disciplina; lo que quizás explique los graves errores que en nombre de aquella se cometen reiteradamente. Claro que, al igual que en muchos otros campos del saber humano, en esta ocasión la culpa no es de la Astrología sino de los astrólogos. O, al menos, de algunos de ellos.
Esto se comprenderá más fácilmente en el momento de explicar que la filosofía hermética de la arcana Astrología enseña que cuando se habla de Marte, Luna, Mercurio, etc., en realidad no se está hablando de los cuerpos físicos que conocemos astronómicamente con tales nombres, sino de sus correspondencias simbólicas expresadas –si ustedes gustan de los términos psicologistas- en el Inconsciente Colectivo de la humanidad, basándose en el Principio de Correspondencia, piedra basal de la estructura intelectual ocultista.
Según el mismo, como escribiéramos anteriormente, el Universo es una multiplicación de sucesiones holísticas; lo que es lo mismo que decir que la parte de un Todo es igual, microcósmicamente hablando, a ese Todo. Así, como he analizado en otra parte, toda la naturaleza tiende a demostrar que cada elemento se refleja en mayor o menor proporción en el sistema que le rodea pero del cual es también parte indivisible: la palma de la mano refleja su vida, su carácter y su salud, esta última también visible en la planta del pie (“reflexología”) o en el pabellón de las orejas (“auriculoterapia”) y, a fin de cuentas, así como el sistema en el que vive el hombre (la Tierra) es un setenta por ciento agua y un treinta por ciento materia sólida, él mismo es también un setenta por ciento líquido y el resto materia sólida.
Como la moderna psicología ha demostrado, el Inconsciente Individual de cada habitante del planeta, más allá de acumular y reflejar las vivencias particulares de cada persona, forma parte de un gigantesco entramado que conocemos como Inconsciente Colectivo. La Ley de Correspondencia enseña que no sólo los arquetipos del Inconsciente Colectivo se reflejan –corresponden- con los del Individual, sino que también todo lo que existe físicamente en el Universo debe existir en otros planos, tales como el astral –sobre cuya hipotética realidad hemos discutido en otro punto- el energético y –atención- el psíquico. De manera tal que el Inconsciente Colectivo contiene también imágenes arquetípicas, simbólicas, que se corresponden con la naturaleza –esotéricamente hablando- de Marte, Mercurio, etc. Esto se comprenderá mejor si retornamos al evidente ejemplo de los cuatro elementos constituitivos del mundo: Aire, Agua, Tierra y Fuego. Según enseñaban los antiguos Maestros, todo cuanto conocemos se compone de cuatro elementos y sólo esos cuatro ya indicados. Podemos cometer el grosero error de pensar que esos filósofos creían que la tierra, el agua, el aire y el fuego formaban al mundo, y así caeremos en el olvido de que ellos en realidad se referían a categorías en las cuales esos elementos llamados “tierra” (si pensamos en la que pisamos), “agua” (la que fluye por los ríos), “fuego” (el de la hoguera) y “aire” (el que respiramos) no son en realidad sino la expresión más grosera, más material, de unos cuatro primeros principios elementales de los que esos gases, líquidos o materias son apenas una de sus manifestaciones. Así, cada elemento representa en realidad un conglomerado de conceptos o, más correctamente, entes teleológicos. Por ejemplo, al “fuego” se asocia, sí, el fuego de los fósforos, pero al “fuego” corresponde también el abstracto concepto de “peligro”, algunos signos zodiacales (Aries y Leo, por ejemplo), el color rojo, ciertas notas musicales, etc. De esta manera, el Marte al que se refiere la Astrología en una circunstancia dada, es a la correspondiente simbólico-astrológica propia del Inconsciente Colectivo y proyectado microcósmicamente en el Inconsciente Individual del sujeto de referencia, del Marte astronómico.
En el momento del nacimiento, la carta natal establece cuál era el aspecto del cielo en ese punto del continuun espacio-temporal que es original y con características propias e irrepetibles pues, por caso, sólo habrá un Juan Antonio Pérez nacido en buenos Aires el 17 de setiembre de 1944 a las 05.33 hs y sólo uno. Habrá otros Juan Pérez, u otros individuos nacidos en ese lugar o ese momento, pero sólo uno que reúna todas esas características.
En consecuencia, la matriz astrológico-simbólica inmanente al Inconsciente Colectivo (reflejo correspondiente y microcósmico, recordemos, de los aspectos físico-astronómicos que el Universo que nos rodea va adoptando en ese momento) coexistente en ese punto, se proyecta holísticamente al Inconsciente Individual del bebé. En consecuencia, las variaciones sidéreas del cosmos provocarán variaciones semióticas en el Inconsciente Colectivo y las correspondiente en el Inconsciente Individual de cada hombre, modificadas por la variable particular de la matriz astrológica del momento de nacimiento, redundarán en conductas (provocadas obviamente por motivaciones, aunque en este caso no de índole vivencial personal) diferentes para cada sujeto. De allí otra correspondencia: si bien idénticos signos tienen, a “grosso modo”, posibilidades parecidas (como las biotipologías humanas indican respuestas psicológicas similares), los detalles de un horóscopo (situación de la Luna, aspectaciones, planetas retrógrados, etc.) implican eventos con apreciables diferencias (como la educación, el arrastre cultural y otros contenidos hacen que dos biotipologías no discurran necesariamente por los mismos caminos).
De todo esto se desprende la clave fundamental de la Astrología que no supo ser comprendida, insisto, aún por muchos astrólogos: nuestro campo de estudios se alimenta de datos astronómicos, pero concluye sobre procesos simbólicos y psicológicos.
En este sentido, entonces, hasta los aspectos más burdamente criticados de la Astrología adquieren la fuerza de la verdad: es egocéntrica en una época donde este concepto ptolemaico está completamente caduco y es correcto que lo sea ya que para el hombre, psicológicamente hablando, él es el mismo centro del universo. Es determinista en la medida que, como enseña la Psicología, los impulsos y vivencias básicas del individuo inclinan su existencia en un determinado sentido, requiriéndose un esfuerzo no menor al necesario para variar la presión de las estrellas para oponerse a su tendencia.
Por otra parte, la crítica enunciada al principio, en el sentido de la retrogradación de las constelaciones zodiacales carece de aplicación en el tema que nos interesa ya que, aunque este dato importantísimo sea ignorado aún por la mayoría de la gente (defensores o detractores), signo zodiacal y constelación zodiacal no son la misma cosa. En efecto, mientras que una constelación es un agrupamiento hipotético de estrellas que conforman (con mucha imaginación, ciertamente) una figura en el cielo, y es dicha constelación zodiacal cuando se ubica sobre la circunferencia de la eclíptica (o ruta aparente del Sol en el cielo), un signo zodiacal es un espacio vacío de treinta grados a ambos lados del eje de rotación del plano de la eclíptica. Las constelaciones, en consecuencia, pueden variar, retrogradar por el movimiento de precesión de los equinoccios, cambiar su configuración o su cantidad. De hecho, es lo que ocurrió recientemente con el “descubrimiento” de una nueva, la Araña, y que llevó a que los improvisados de siempre hablaran y escribieran sobre la “hecatombe de la Astrología a la que al haberle aparecido un nuevo signo, echa por tierra las especulaciones sobre los otros doce” y que, como vimos, nada tiene que ver con los signos clásicos, ya que estos, al ser espacios “en blanco” en el firmamento, permanecen constantes. El hecho de que constelaciones y signos lleven los mismos nombres se debe a la coincidencia espacial que tuvieron en los albores de esta disciplina, seis mil años atrás, y que facilitaba su identificación.
Indudablemente, reconsiderar las enseñanzas, métodos y conclusiones de la Astrología a la luz de estas consideraciones modificaría, susceptiblemente, el punto de vista habitualmente escéptico y dogmático con que la comunidad científica observa estos conocimientos.
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