A lo largo del tiempo, las visiones de los pueblos cambian. Es un hecho probado que, con cada adquisición conceptual, la visión y la carga ideológica de una cuestión muta.
A las mujeres nos ha pasado lo mismo. Ha mutado la manera en la que los otros y nosotras nos vemos y evaluamos, en tanto reconocimiento del propio ser y su envase.
Desde el principio de los tiempos las mujeres hemos tenido un poder especial que, con el avance de las nociones de producción y capital, se nos ha ido quitando en un principio y hemos entregado después.
En nosotras se resume la esencia de lo mágico, esto no significa que el hombre no sea necesario, el equilibrio siempre es bipolar, pero sucede que hemos perdido de vista lo valioso de nuestras etapas de la vida.
Cuando el valor de una mujer se equipara la de una hembra paridora de corral estamos perdiendo la visión de la totalidad de la vida. La realización, en tanto logro supremo, no depende de nuestro rol materno, al menos no en todos los casos.
Para una sociedad en la que todos los sentidos de valor se miden en la capacidad de producción de ideas, materiales o personas, quien no es productivo es desechable. Entonces ¿cómo reconocemos el valor de quienes somos? ¿Cómo y con qué parámetros medimos el éxito de nuestras vidas enmarcadas en el género? ¿Cómo asumimos nuestra condición de mujeres?
Empecemos por el principio de la cuestión, si las mujeres conocemos nuestro rol a través de la concepción ideológica de los hombres, entonces tenemos un problema. La mayoría de nosotras ha aceptado una visión masculina de lo femenino donde nuestros actos son juzgados por los parámetros de la histeria, la vergüenza y la venganza. Según Sigmund Freud, las mujeres envidiamos el falo como símbolo de la autoridad gregaria, pero, querido Sigmund, ¿acaso ignoras que fue nuestro el don de dar vida a la horda o quitarla? ¿A caso no viste que las primeras representaciones de un dios son de una diosa? La vida, medida en esos parámetros pierde lo maravilloso para aceptar lo banal. Para qué envidiar el pene, podríamos alegar que en la acallada homosexualidad de Freud yace su filtro de diagnóstico, tal vez, esa envidia genital es inversa y el envidiaba la vagina, por carecer de ella y culpaba a su madre por no haberle hecho un cuerpo femenino. Esto no abre juicio sobre la condición sexual de nadie, sino que marca cómo cada uno ve al otro y de qué forma impactó en nosotras ese principio sutilmente impuesto para seguir haciendo de nosotras sujetos bajo el poder de otros.
La histeria, el tener histero, la tenencia de útero nos hace pasibles de juicio, porque a partir del momento en que la mujer pasa a tomar el rol de productora de personas y reproductora de la ideología del poder dominante, su cuerpo, único patrimonio inalienable, pasa a ser propiedad social, entonces el estado regula y legisla sobre él sin consultar más que a la religión mayoritaria, pero a nosotras nadie nos pregunta nada.
Entonces la mujer qué decide? Nada… hasta que toma conciencia del valor de ser ella, la mujer no decide nada. Está sometida por la vergüenza de ser, el estoicismo de soportar, la sumisión celestial que desde los ámbitos religiosos se impone… la mujer fue desgajada del poder, de su religiosidad ancestral, del contacto con la tierra, ya no se para sobre sus própios pies, las estatuas de las diosas han sido derribadas y los antiguos cultos perseguidos, la divinidad femenina rebajada al lugar de mero ayudante incidental. Carga con la condena de la sangre, porque con esa noción los hombres nos robaron la gloria de menstruar, de consagrarnos a la tierra en cada ciclo lunar. Entonces nos venden cosas para ocultar nuestra verdadera naturaleza y nuestro ciclo de mayor fuerza mágica de todo el mes.
Robadas, asesinadas, asediadas, maldecidas… Cada vez que una mujer se ha levantado es condenada, bruja fue lo primero, inadaptada lo último.
Veamos ¿cuántas mujeres festejan la menarca? ¿Cuántas festejan la menopausia? Qué es el período menstrual para nosotras?
Cuando una niña tiene su menarca se transforma en una mujer joven capaz de reproducirse, esto para los parámetros médicos, pero lo que en realidad ocurre es que se transforma en la mujer capaz de canalizar una mayor cantidad de energía y sabiduría durante los días en que el sangrado dura, ya que esta sangre es la única que no mana por violencia. Entonces es un momento sagrado en el que podemos retraernos para ver la verdad de nuestro corazón y lo magnífico de la magia. Es el sagrado momento en el que asumimos la divinidad con todas sus letras.
¿Cuántas de nuestras congéneres conocen la divinidad de su esencia no sumisa? ¿Cuántas son consientes de que el paso a la edad madura no es un fin sino un cambio? Cuando una de nosotras deja de menstruar debe adoptar el lugar de mujer sabia entre los suyos. Pero eso ocurre cuando conscientemente asumimos el poder y dejamos de lado la noción de una muerte orgánica que no ha llegado.
Si somos capaces de despertar la conciencia primera de la esencia de la mujer, si nos abrimos paso, si somos capaces de hacer hijos con conciencia de la divinidad igualitaria y equilibrada, que sean capaces de amar a la tierra y entiendan lo maravilloso de sus madres (todo esto en el caso de que decidamos ser madres) entonces llegaremos a una ancianidad respetable en la que no seremos tratados como niñas tontas.
Si valoramos aquello de los que somos capaces y aquello que nos merecemos, si rompemos el ejemplo de la buena niña sumisa y adaptada al sistema, si nos volvemos amantes de nuestra interioridad sagrada de ser reflejo de la Gran Madre, y asumimos nuestro camino de hacedoras, guerreras, sanadoras, o lo que sea, desde la mirada de la totalidad y más aún nos hacemos cargo de que en nosotras se concentra lo mejor de la Gran Madre Padre, y vemos al otro como igual, entonces hermanas, nuestro camino dejará de estar signado por la mirada de otro opresor y vocero del discurso dominante, asumiremos nuestra propia voz y festejaremos cada etapa de nuestro camino de vida.Si es así, la Tierra seguirá viva, es nuestro cuerpo, nuestra conciencia, nuestro ritmo, nuestra responsabilidad.
A las mujeres nos ha pasado lo mismo. Ha mutado la manera en la que los otros y nosotras nos vemos y evaluamos, en tanto reconocimiento del propio ser y su envase.
Desde el principio de los tiempos las mujeres hemos tenido un poder especial que, con el avance de las nociones de producción y capital, se nos ha ido quitando en un principio y hemos entregado después.
En nosotras se resume la esencia de lo mágico, esto no significa que el hombre no sea necesario, el equilibrio siempre es bipolar, pero sucede que hemos perdido de vista lo valioso de nuestras etapas de la vida.
Cuando el valor de una mujer se equipara la de una hembra paridora de corral estamos perdiendo la visión de la totalidad de la vida. La realización, en tanto logro supremo, no depende de nuestro rol materno, al menos no en todos los casos.
Para una sociedad en la que todos los sentidos de valor se miden en la capacidad de producción de ideas, materiales o personas, quien no es productivo es desechable. Entonces ¿cómo reconocemos el valor de quienes somos? ¿Cómo y con qué parámetros medimos el éxito de nuestras vidas enmarcadas en el género? ¿Cómo asumimos nuestra condición de mujeres?
Empecemos por el principio de la cuestión, si las mujeres conocemos nuestro rol a través de la concepción ideológica de los hombres, entonces tenemos un problema. La mayoría de nosotras ha aceptado una visión masculina de lo femenino donde nuestros actos son juzgados por los parámetros de la histeria, la vergüenza y la venganza. Según Sigmund Freud, las mujeres envidiamos el falo como símbolo de la autoridad gregaria, pero, querido Sigmund, ¿acaso ignoras que fue nuestro el don de dar vida a la horda o quitarla? ¿A caso no viste que las primeras representaciones de un dios son de una diosa? La vida, medida en esos parámetros pierde lo maravilloso para aceptar lo banal. Para qué envidiar el pene, podríamos alegar que en la acallada homosexualidad de Freud yace su filtro de diagnóstico, tal vez, esa envidia genital es inversa y el envidiaba la vagina, por carecer de ella y culpaba a su madre por no haberle hecho un cuerpo femenino. Esto no abre juicio sobre la condición sexual de nadie, sino que marca cómo cada uno ve al otro y de qué forma impactó en nosotras ese principio sutilmente impuesto para seguir haciendo de nosotras sujetos bajo el poder de otros.
La histeria, el tener histero, la tenencia de útero nos hace pasibles de juicio, porque a partir del momento en que la mujer pasa a tomar el rol de productora de personas y reproductora de la ideología del poder dominante, su cuerpo, único patrimonio inalienable, pasa a ser propiedad social, entonces el estado regula y legisla sobre él sin consultar más que a la religión mayoritaria, pero a nosotras nadie nos pregunta nada.
Entonces la mujer qué decide? Nada… hasta que toma conciencia del valor de ser ella, la mujer no decide nada. Está sometida por la vergüenza de ser, el estoicismo de soportar, la sumisión celestial que desde los ámbitos religiosos se impone… la mujer fue desgajada del poder, de su religiosidad ancestral, del contacto con la tierra, ya no se para sobre sus própios pies, las estatuas de las diosas han sido derribadas y los antiguos cultos perseguidos, la divinidad femenina rebajada al lugar de mero ayudante incidental. Carga con la condena de la sangre, porque con esa noción los hombres nos robaron la gloria de menstruar, de consagrarnos a la tierra en cada ciclo lunar. Entonces nos venden cosas para ocultar nuestra verdadera naturaleza y nuestro ciclo de mayor fuerza mágica de todo el mes.
Robadas, asesinadas, asediadas, maldecidas… Cada vez que una mujer se ha levantado es condenada, bruja fue lo primero, inadaptada lo último.
Veamos ¿cuántas mujeres festejan la menarca? ¿Cuántas festejan la menopausia? Qué es el período menstrual para nosotras?
Cuando una niña tiene su menarca se transforma en una mujer joven capaz de reproducirse, esto para los parámetros médicos, pero lo que en realidad ocurre es que se transforma en la mujer capaz de canalizar una mayor cantidad de energía y sabiduría durante los días en que el sangrado dura, ya que esta sangre es la única que no mana por violencia. Entonces es un momento sagrado en el que podemos retraernos para ver la verdad de nuestro corazón y lo magnífico de la magia. Es el sagrado momento en el que asumimos la divinidad con todas sus letras.
¿Cuántas de nuestras congéneres conocen la divinidad de su esencia no sumisa? ¿Cuántas son consientes de que el paso a la edad madura no es un fin sino un cambio? Cuando una de nosotras deja de menstruar debe adoptar el lugar de mujer sabia entre los suyos. Pero eso ocurre cuando conscientemente asumimos el poder y dejamos de lado la noción de una muerte orgánica que no ha llegado.
Si somos capaces de despertar la conciencia primera de la esencia de la mujer, si nos abrimos paso, si somos capaces de hacer hijos con conciencia de la divinidad igualitaria y equilibrada, que sean capaces de amar a la tierra y entiendan lo maravilloso de sus madres (todo esto en el caso de que decidamos ser madres) entonces llegaremos a una ancianidad respetable en la que no seremos tratados como niñas tontas.
Si valoramos aquello de los que somos capaces y aquello que nos merecemos, si rompemos el ejemplo de la buena niña sumisa y adaptada al sistema, si nos volvemos amantes de nuestra interioridad sagrada de ser reflejo de la Gran Madre, y asumimos nuestro camino de hacedoras, guerreras, sanadoras, o lo que sea, desde la mirada de la totalidad y más aún nos hacemos cargo de que en nosotras se concentra lo mejor de la Gran Madre Padre, y vemos al otro como igual, entonces hermanas, nuestro camino dejará de estar signado por la mirada de otro opresor y vocero del discurso dominante, asumiremos nuestra propia voz y festejaremos cada etapa de nuestro camino de vida.Si es así, la Tierra seguirá viva, es nuestro cuerpo, nuestra conciencia, nuestro ritmo, nuestra responsabilidad.
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