Por Guadalupe Podestá Cordero
Podemos plantearnos iniciar un camino de autosuperación y mejora de nuestra experiencia en la vida, pero ¿Hasta dónde ocurre? ¿Cuan complejo puede ser?
Hace varias décadas que los humanos venimos hablando sobre este tema, pero, desde la plena visión de la "Nueva Era" siempre se plantea como un trabajo profundamente individual, en el que, si logramos aislarnos de la energía densa de los demás, entonces trascenderemos hacia un plano de autorrealización que nos hará sentir más completos y felices.
Aquí es donde la fantasía comienza a jugarnos en contra.
Si bien, necesitamos muchas veces enfrentar solos ciertas cuestiones, o descansar un rato en soledad -la cual nunca es plena porque siempre estamos con nosotros mismos y si ampliamos energéticamente la percepción, también estamos con nuestros ancestros- los humanos somos gregarios, es decir que necesitamos a otros, porque esos otros alimentan y amplían nuestra experiencia vital.
Si un asceta necesita ir al pueblo cada tanto, para sentirse existente frente a la mirada ajena y conectar con lo cotidiano, ¿quién de nosotros no lo necesita? Ahora bien, tampoco caer en el extremo de la dependencia de la mirada del otro como eterno validador de nuestras elecciones y maneras.
Siempre que planteamos la idea de la autosuperación debemos plantearla como un proceso que lleva tiempo y que no debe estancarse, pero además es un proceso con los otros, no sin ellos.
Nos miramos y retroalimentamos en los demás, pero además, las personas que conocemos y tratamos fluidamente, pasan a formar parte de las representaciones de nuestro mundo interno, como personajes que coprotagonizan en un punto o son personajes secundarios de nuestra película personal.
Podemos meditar, practicar disciplinas que nos conecten con nuestro interior, mantenernos centrados, pero todo eso debe estar enfocado a una finalidad, esa finalidad va cambiando de acuerdo a las necesidades del momento. De lo que si debemos estar seguros es que esa finalidad no es
la "felicidad" o la "plena calma" ya que ambos son estados alcanzables pero también efímeros, esa finitud está dada por el hecho mismo de nuestra existencia humana, en la que alternan maravillas y nubarrones, porque por el hecho de estar vivos todo muta en nosotros de acuerdo a lo contextual y a la metabolización de ese contexto en lo interno.
Ningún estado es permanente.
Es por ello que debemos trabajar día a día, sin que ello nos permita fluir con naturalidad. No encaramos esta tarea para nuestro único bien, sino para nosotros y los que amamos, para nosotros y los que nos necesitan o nos rodean, debemos buscar la autosuperación para ser mejores habitantes de este planeta, y no somos mejores si la única visión es la individual. si no pensamos en la humanidad como una inmensa red de la que somos apenas un hilo, pero un hilo que al tensarse de más o romperse, rompe el tejido que ya no será igual.
Mejoramos para ayudar a mejorar, para poder disponer tiempo para ayudar a los demás en su camino que, al fin y al cabo, es nuestro.
Somos danzarines en la inmensa música cósmica, somos habitantes de este planeta y por tanto responsables de cada paso que damos en él.
Asumiendo esa responsabilidad, es que la idea de la autosuperación se transforma en una necesidad de contribuir con lo mejor de nuestro ser al bien vivir de nuestros hermanos humanos, animales, vegetales.
Si alcanzamos el bien vivir, alcanzamos la trascendencia.
Mientras tanto todo es trabajo y experiencia.
Manos a la obra.
Podemos plantearnos iniciar un camino de autosuperación y mejora de nuestra experiencia en la vida, pero ¿Hasta dónde ocurre? ¿Cuan complejo puede ser?
Hace varias décadas que los humanos venimos hablando sobre este tema, pero, desde la plena visión de la "Nueva Era" siempre se plantea como un trabajo profundamente individual, en el que, si logramos aislarnos de la energía densa de los demás, entonces trascenderemos hacia un plano de autorrealización que nos hará sentir más completos y felices.
Aquí es donde la fantasía comienza a jugarnos en contra.
Si bien, necesitamos muchas veces enfrentar solos ciertas cuestiones, o descansar un rato en soledad -la cual nunca es plena porque siempre estamos con nosotros mismos y si ampliamos energéticamente la percepción, también estamos con nuestros ancestros- los humanos somos gregarios, es decir que necesitamos a otros, porque esos otros alimentan y amplían nuestra experiencia vital.
Si un asceta necesita ir al pueblo cada tanto, para sentirse existente frente a la mirada ajena y conectar con lo cotidiano, ¿quién de nosotros no lo necesita? Ahora bien, tampoco caer en el extremo de la dependencia de la mirada del otro como eterno validador de nuestras elecciones y maneras.
Siempre que planteamos la idea de la autosuperación debemos plantearla como un proceso que lleva tiempo y que no debe estancarse, pero además es un proceso con los otros, no sin ellos.
Nos miramos y retroalimentamos en los demás, pero además, las personas que conocemos y tratamos fluidamente, pasan a formar parte de las representaciones de nuestro mundo interno, como personajes que coprotagonizan en un punto o son personajes secundarios de nuestra película personal.
Podemos meditar, practicar disciplinas que nos conecten con nuestro interior, mantenernos centrados, pero todo eso debe estar enfocado a una finalidad, esa finalidad va cambiando de acuerdo a las necesidades del momento. De lo que si debemos estar seguros es que esa finalidad no es
la "felicidad" o la "plena calma" ya que ambos son estados alcanzables pero también efímeros, esa finitud está dada por el hecho mismo de nuestra existencia humana, en la que alternan maravillas y nubarrones, porque por el hecho de estar vivos todo muta en nosotros de acuerdo a lo contextual y a la metabolización de ese contexto en lo interno.
Ningún estado es permanente.
Es por ello que debemos trabajar día a día, sin que ello nos permita fluir con naturalidad. No encaramos esta tarea para nuestro único bien, sino para nosotros y los que amamos, para nosotros y los que nos necesitan o nos rodean, debemos buscar la autosuperación para ser mejores habitantes de este planeta, y no somos mejores si la única visión es la individual. si no pensamos en la humanidad como una inmensa red de la que somos apenas un hilo, pero un hilo que al tensarse de más o romperse, rompe el tejido que ya no será igual.
Mejoramos para ayudar a mejorar, para poder disponer tiempo para ayudar a los demás en su camino que, al fin y al cabo, es nuestro.
Somos danzarines en la inmensa música cósmica, somos habitantes de este planeta y por tanto responsables de cada paso que damos en él.
Asumiendo esa responsabilidad, es que la idea de la autosuperación se transforma en una necesidad de contribuir con lo mejor de nuestro ser al bien vivir de nuestros hermanos humanos, animales, vegetales.
Si alcanzamos el bien vivir, alcanzamos la trascendencia.
Mientras tanto todo es trabajo y experiencia.
Manos a la obra.
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